Hay un pecado original en este Gobierno: su gestación ha sido posible por la coalición de los peores enemigos de la nación, que son los enemigos de los españoles. Algunos piensan que el Presidente no se atreverá a seguir las indicaciones de estos grupos anti-España, pero cuando pactas con el diablo no te queda más remedio que obedecerle.
Y eso es lo que ha hecho desde el primer día:
Obedece a Podemos. Podemos es una reedición cutre y miope de un trotskismo trufado de lo que Gustavo Bueno llamaba la izquierda indefinida. Este partido, liderado por un imitador de Lenin llamado Pablo Iglesias fue premiado por el PP con todo un imperio mediático con la finalidad de destruir al PSOE. Ahora Pedro Sánchez hace suyos todos los postulados de Podemos ya que para él esa es la única posibilidad que tiene su partido de sobrevivir.
La medida más sonada del incipiente Gobierno-tómbola fue iniciar una batalla contra un hombre llamado Francisco Franco. La mayoría de la gente que cotizamos actualmente no hemos conocido ese régimen, sin embargo la izquierda errante de Pablo Iglesias, la que ahora intenta liderar el gallo Sánchez, nos intenta convencer de que todos nuestros males vienen de ese hombre que duerme bajo la cripta del Valle de los Caídos (y no porque fuera su voluntad, por cierto). Naturalmente, al enarbolar esta heroica bandera de la lucha contra un muerto, nadie ha pensado en un incómodo elemento de los Estados de Derecho que se llama Ley. Y así, a día de hoy ya vamos para un mes de incumplimiento de esta promesa tan importante que nos tiene a todos en vilo. Porque resulta que no es tan fácil entrar en una basílica por la fuerza, deshacerse de la comunidad benedictina que guarda el lugar como le fue encomendado en su día y profanar dos tumbas como quien se traga un concierto de los Killers. Qué fascista es la realidad!.
También obedece a la banda anarco-comunista el necio Sánchez cuando se presta a formar parte del lobby republicano que pretende sacar a empujones a Felipe VI de la Jefatura Del Estado. Frente a la inacción de los políticos, sólo dos instituciones se enfrentaron abiertamente al golpe de Puigdemont: la judicatura y la monarquía. El discurso del Rey fue una iniciativa muy personal de Felipe VI que se sintió obligado a intervenir ante la gravedad de los hechos. Por lo que sabemos, sus palabras claras y rotundas dieron un vuelco a la situación, pero sentaron muy mal tanto en el PSOE como en el PP porque anulaban por completo cualquier posibilidad de acuerdo con los sediciosos. Desde entonces nuestro Rey, más nuestro (del pueblo) que nunca, está en el punto de mira de la corrupta y denigrante clase política que padecemos.
Este memo que se hace llamar Presidente, no sólo va presumiendo de su republicanismo, sino que no tiene ni la decencia de salir a defenderlo cuando el cacique Torra proclama ufano que en Cataluña no hay ningún Rey. Sólo eso ya justificaría una nueva intervención de la Región en cualquier Estado que se respetara a sí mismo. Pero Iglesias, Otegui, Garzón y Puigdemont saben que si cae la Monarquía, su trozo de pastel estará mucho más cerca del plato, y hay un bobo en la Moncloa dispuesto a servirlo.