Va muy ligado al anterior. Los sabios que conocen perfectamente lo que nos depara el mañana aseguran que en caso de independencia Cataluña perdería su principal cliente, que no es otro que el mercado Español. Además, estos orates dan por sentado que nuestros gobernantes someterían al petit pais a un aislamiento tan brutal que en cuestión de meses estaría ahogado y solicitando el reingreso en la madre patria.
Este argumento está en parte rebatido en el apartado anterior pero hemos de señalar dos observaciones bien claras:
Ciertamente una buena parte de lo que se produce en Cataluña se vende en el resto de España, pero también ocurre lo mismo en sentido contrario. Además hoy en día las relaciones económicas son muy complejas. La materia prima de un producto puede estar en Valladolid pero el envasamiento se realiza en Terrassa y el producto pasa por Valencia para finalmente venderse en Bogotá, Shangai o Amsterdam. Las relaciones comerciales no son lineales sino trabeculares y cortar en seco el flujo comercial sería fatal para todos los agentes implicados.
La segunda objeción hace referencia a la integridad de nuestros gobernantes. Según los orates del desastre comercial, el Presidente de turno, ofendido y enojado por la marcha unilateral (consentida por él, naturalmente), propondría al Parlamento Nacional una batería de medidas de boicot comercial que serían seguidas a pies juntillas por todas las comunidades y países amigos ( nosotros somos amigos de todo el mundo). Así que nuestros hasta ahora hermanos catalanes quedarían cercados en un país que ni podría comprar ni podría vender. Esta hipótesis es terrible. Sobre todo para los que vivimos aquí, ya que tendríamos que emigrar; pero sería la reacción propia de un estado orgulloso que pretendiera conservar algo de su dignidad.
El problema es que, como hemos comentado, nuestros dirigentes padecen un género de corrupción que va más allá de la apropiación indebida. Si durante tantos años se ha tolerado a los nacionalistas, se les ha colmado de competencias alimentando la más que anunciada secesión, ¿qué nos hace pensar que, una vez producida la ruptura, nuestra clase política se volvería lúcida como San Pablo cuando cayó de su caballo y comenzaría a gobernar de acuerdo a los intereses españoles y no a turbios tratos personales establecidos con la casta catalana?.
Yo no pondría la mano en el fuego por esa súbita conversión de los Rajoy, Sánchez e Iglesias en severos estadistas capaces de iniciar una reconquista en pleno siglo XXI. Pero abundaremos más en los siguientes apartados.
Juan Armuñés.
Catalunya, septiembre 2017.