" ... hagan lo que hagan, el independentismo tiene cada vez menos partidarios como demuestran las encuestas..."


"...el referéndum no se puede convocar porque la mayoría de los catalanes no están de acuerdo con él..."



Denomino así a un vicio contable que se deriva del fundamentalismo democrático que nos envuelve (explicaré el significado de esta expresión posteriormente). Consiste en la manía de publicar encuestas y barómetros midiendo cuántos partidarios hay en un momento dado de la consulta ilegal o de la ruptura del estado o de la solución dialogada…


También consiste en denunciar el referéndum no por su aberración intrínseca sino porque no es demandado por la mayoría de la sociedad o porque no da suficientes garantías democráticas. 


La trampa de este vicio es clara: considerar que la ruptura del país es algo opinable hace válida esta posibilidad. Así, nos felicitamos cuando la mayoría está de nuestra parte y miramos al cielo cuando son “ellos” los que van ganando.

Por otro lado si nos lamentamos de los déficits democráticos de la consulta sobre el golpe al Estado, desplazaremos el centro de la discusión a la corrección de esos déficits en lugar de insistir en la imposibilidad de la destrucción de las instituciones que garantizan que pueda existir la democracia tal como la conocemos.


Pero resulta que la Nación Española no es un bien fraccionable que se pueda subastar en una tómbola electoral. La Nación es el fundamento de nuestra convivencia y nuestras leyes, es la base de nuestra soberanía y, por todo ello, es indisoluble. Un político profesional podrá proclamar que Murcia es hoy una región  y que mañana lo será Albacete pero no puede ni tan siquiera soñar con destruir la Nación Española. Este es un patrimonio que hemos recibido y del que no somos dueños sino depositarios temporales.


El referéndum es ilegal en sí ya que una parte no puede constituirse en el Todo. Un Estado no puede conspirar contra sí mismo a través de las fisuras de sus leyes y esto está por encima de mayorías y minorías.


La democracia es la forma de gobierno propia de nuestros días. En ella está garantizada la participación de todos los individuos del Estado a través de unos mecanismos institucionales y unos órganos de representación. No es un sistema puro ni exento de inconvenientes, pero se puede decir que es la opción política más evolucionada en sociedades de libre mercado.


Sin embargo la democracia puede verse oscurecida por un fundamentalismo que, como el científico o el religioso, acaba rebosando los límites de su propia definición. En España rige un fundamentalismo democrático de inspiración anglosajona que puede llevar a situaciones paradójicamente antidemocráticas. De hecho, los cabecillas del golpe de Estado catalán se declaran los más demócratas de todos cuando pretenden sacar unas urnas a la calle para decidir plebiscitariamente sobre asuntos en los que no son competentes.


Ante una situación de confusión pretendida como esta no sirven medias tintas, buscando déficits democráticos o acotando, como pretenden algunos catedráticos, los límites de la consulta. Si el estado dispone de mecanismos para evitar su propia voladura, debe utilizarlos sin ningún tipo de complejo.


Juan Armuñés.

Catalunya, septiembre 2017.





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