“Toda esta discusión no va a ninguna parte. Si quieren ser nación, que sean nación. Mira: España es Nación de naciones, todas las naciones son España y yo soy ciudadana del mundo.”.
La tentación nominalista pretende diluir el conflicto mediante un rocambolesco ajuste terminológico. Pero el conflicto persiste porque lo que están demandando los sublevados no es un título diferenciador sino un auténtico estatus de Nación Política y ésta no es posible sin un Estado propio. No pueden existir varias naciones en Una. O dicho de otro modo: para que exista la nación catalana tiene que dejar de existir la nación española; no hay otra manera de hacer esta tortilla. Otra cosa sería que estuviéramos hablando de naciones de primer o de segundo género pero ese no es el caso.
Nuestros dirigentes demuestran aquí de una manera especial su ausencia total de referentes, lo que los convierte en pilotos kamikazes de una nave que son incapaces de controlar. Su cortedad de miras les lleva a intentar legislar sobre sentimientos (“yo me siento vallecano, cartagenero, euskaldún…”) y de peculiaridades folklórikas (“nuestra peculiar manera de preparar la paella”, “ o este acento que nos caracteriza”) cuando lo que está en juego sencillamente es la titularidad de la soberanía nacional.
Insistimos : la titularidad de la soberanía no es negociable ni puede ser troceada o subastada en virtud de sentimentos individuales o grupales más o menos delimitables. Cada una de las provincias y regiones de España goza de un patrimonio histórico y artístico igualmente valioso y no se pueden crear privilegios en función de pretendidas peculiaridades locales.
Desde Cataluña, algunos pretenden (y han convencido a gran parte del espectro político y periodístico de ello) que una consulta pactada solucionaría por sí misma el contencioso. Nada más lejos de la realidad. Aparte de crear un precedente fatal para el resto de “nacionalidades”, consolidaría la posibilidad de liquidación por votos de la Nación española y abriría un ciclo de referéndums itinerantes que sólo podría acabar cuando los secesionistas obtuvieran su deseado resultado.
En cuanto al tema de la ciudadanía del mundo, es la típica expresión que sólo puede hacer un occidental rico que no se ha visto nunca privado de libertad o de capacidad de movimiento. Los que padecen la condición de apátridas saben muy bien lo que es vagar por el mundo desprovistos de derechos y de identidad ya que ambos sólo se encuentran amparados por las leyes de los estados. Esto de “soy ciudadano del mundo” recuerda a un actor de cine multimillonario cuando nos dice que a él no le interesa el dinero en absoluto.
Aquí habría mucho que hablar, pero resulta imposible extenderse tanto. A los interesados les remito a la obra de Gustavo Bueno “Zapatero y el pensamiento Alicia” y “España frente a Europa” donde se explican estos conceptos y otros que estamos manejando con todo tipo de detalles.
Juan Armuñés.
Catalunya, septiembre 2017.